Inocentemente encendí un fósforo, una pequeña llama que no parecía ser la gran cosa, aunque debo admitir, era cautivante a pesar de su escaso tamaño.
Es que así es el fuego, difícil de controlar. Muchos tratan de manipularlo, y de formas muy diversas, hay quienes lo logran, pero al hacerlo este suele perder esa naturaleza rebelde y atrapante que lo caracteriza, se lo ve como enjaulado, sin esa alegría que parece transmitir cuando está en libertad, y pierde su razón de ser. También están los que fracasan en el intento y terminan lastimados, es que el fuego parece ser despiadado cuando uno no toma los recaudos necesarios, se lleva todo por delante y lo reduce a cenizas, es tal la intensidad del fuego que atemoriza hasta al más bravo de los animales y una vez que el incendio se inicia se vuelve difícil de apagar y más aún si no se actúa rápidamente, por eso hay quienes sostienen que el fuego está hecho para el mal, que hay que evitarlo, enfrascarlo y dominarlo, yo no creo que sea así, por su intensa naturaleza el fuego puede hacer mucho mal pero si se lo trata con respeto y con cuidado este se convierte en un gran aliado, una gran compañía.
Existe una sola manera de aprender a aliarse a él que es experimentando, quemándose a veces y aprendiendo de las heridas, la vida sigue y lo que el fuego consume se vuelve a construir y, a veces, se mejora.
Como sea, ese inocente fuego que yo inicié, hoy empieza a crecer y a apoderarse de todo lo que lo me rodea, pero no quiero apagarlo, no, no quiero que se detenga y a pesar de eso, debo admitir, que me aterroriza la idea de morir incendiado por él.
Y es que el fuego en ciertos aspectos se parece al Amor.
domingo, 6 de marzo de 2011
Piromanía
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